Dicen que hoy ya nadie envejece. Basta con abrir la cámara del móvil y activar un filtro para que las arrugas se esfumen, la piel brille como porcelana y los dientes parezcan recién salidos de un anuncio de dentífrico. En segundos, la pantalla nos convierte en princesas Disney. Perfectas. Inmaculadas. Uniformes.
Y sin embargo, hay algo inquietante en tanta belleza.
Las herramientas de grabación y edición —esas que prometen “mejorar” nuestra imagen— no solo suavizan imperfecciones: distorsionan nuestra relación con la realidad. Cuando todas las personas publican rostros sin poros ni manchas, el resultado no es belleza, es homogeneidad digital. La diversidad, la textura y la verdad desaparecen bajo una pátina luminosa que no existe fuera del marco de la pantalla.
Si elegimos avatares la transformación ya es total. Estás estupenda pero…¿no te suena todo a lo mismo?

Maquillaje digital
Enfrentarse a una cámara no es fácil. Juicios, bloqueos y falta de naturalidad son los principales problemas que refieren las personas que han entrenado conmigo para tener una buena imagen ante la cámara.
¿Cómo solucionarlo?
Para tener una imagen cercana y al mismo tiempo profesional, el primer paso es controlar la parte técnica: iluminación, encuadre, fondo y elegir el plano que mejor se ajusta a la historia que queremos contar. Hay una premisa que repito siempre a las personas que entrenan conmigo: la cámara solo registra, la cámara solo graba, no juzga. Quien te juzgas eres tú.
Y aquí es cuando viene el problema. Aun teniendo una iluminación, fondo y encuadre perfectos, muchas personas detestan ver su propia imagen en los vídeos que han grabado o reniegan de sus propias voces porque suenan diferente .
Teniendo esos juicios y esa autocrítica y autoexigencia tan elevada, es fácil caer en los filtros. Especialmente para las mujeres, sobre quienes aún pesa la expectativa de la juventud eterna. Enfrentarse al propio rostro sin maquillaje digital puede ser un acto de valentía. No porque haya nada malo en las arrugas o las manchas, sino porque vivimos comparándonos con las versiones filtradas de los demás.
Cuando grabas un vídeo para tu marca personal y ves que todos los demás parecen recién salidos de un cuento de hadas, el dedo se desliza solo hacia el icono del filtro. Un toque y… magia.
Autenticidad de marca y coherencia
Si tu marca personal se sustenta en valores como la juventud, la estética o la perfección, utilizar filtros es coherente. No hay contradicción en ello: estás comunicando lo que representas.
Sin embargo, si entre tus valores se encuentran la honestidad, la cercanía o la autenticidad, el uso de filtros entra en conflicto con el mensaje. Porque, por más sutil que sea el retoque, lo que proyectas ya no eres tú. Es una versión “mejorada” que, paradójicamente, debilita tu credibilidad.
La comunicación auténtica no depende solo de lo que decimos, sino de lo que mostramos. Y en una era en la que todo se graba, se edita y se publica, mostrarte real es una forma de liderazgo. Una forma de diferenciarte y ser coherente con tus propios valores.
La reflexión que te invito a hacer es la siguiente: ¿el maquillaje digital es impostura en una marca que vende autenticidad? O simplemente es más cómodo y económico que tratar de rejuvenecer con cremas y tratamientos de medicina estética. Realmente, lo más cómodo y económico es aceptarse uno tal como es, sin filtros.
La impostura es frágil. Requiere mantenimiento constante, edición diaria y vigilancia continua. En cambio, la autenticidad es sostenible. No necesita filtros ni retoques porque no busca gustar, sino conectar.
Las marcas —y las personas— que comunican desde su esencia no temen mostrar su lado imperfecto. Entienden que la arruga es tiempo, disgustos, experiencia y la imperfección es identidad.
Si eres coherente con tus valores, tu comunicación se vuelve sólida, confiable y humana. Si no lo eres, se agrieta. Y tarde o temprano, el público percibe la diferencia.
El sesgo de la belleza digital
Cada vez que subimos una imagen filtrada, contribuimos —sin querer— a reforzar un sesgo colectivo: el de la perfección estética como sinónimo de valía. Si todos lucimos impecables, ¿qué ocurre con la percepción de quienes no encajan en ese patrón?
Internet no crea realidades, las amplifica. Si todos subimos versiones idealizadas, estamos construyendo una cultura de la impostura que genera ansiedad, inseguridad y distancia emocional. No solo entre las personas, sino también entre las marcas y su público.
Porque cuando todo parece perfecto, lo humano se vuelve sospechoso.
En este sentido, para minorizar este sesgo de belleza te animo a que en tus imágenes creadas con inteligencia artificial aparezcan personas de diferentes edades, culturas, sexo, complexión física, porque realmente son las que nos encontramos cuando salimos a la calle y también en las empresas.

Brujas o princesas
Quizá haya llegado el momento de elegir. ¿Bruja o princesa?
Yo lo tengo muy claro: es mucho más divertido ser bruja porque vives realizando conjuros, elaborando pócimas mágicas y tienes superpoderes. Mis dos referentes son Madam Mim (Merlín el encantador) y Malefica (LA Bella Durmiente) .
Las princesas se limitan a esperar a que venga a rescatarlas de su castillo un príncipe azul, si hablamos de las antiguas princesas de Disney, porque las princesas de Disney actuales son rebeldes e independientes y su principal valor es ser libres.
Afortunadamente, ha cambiado el cuento y si algo comparten brujas y princesas en la actualidad es que se vuelven poderosas cuando son ellas mismas.
No necesitamos filtros para comunicar con fuerza. Necesitamos presencia, coherencia y verdad. Porque, al final, la autenticidad no se graba, se transmite.
Así que la próxima vez que abras la cámara y te apetezca ponerte un filtro piensa ¿bruja o princesa?


